¿EL ULTIMO KENNEDY?

Por Gorka Angulo, periodista (EL CORREO DIGITAL, 27/08/09):

La muerte de Edward Kennedy supone, en primer lugar, el final de una era en la que los políticos tenían una auténtica vocación de servicio público movida por el idealismo y el compromiso permanente. Ted Kennedy era por su edad, mentalidad y trayectoria todo un referente moral en el Senado norteamericano, por su trabajo infatigable en comisiones ligadas a cuestiones sociales, pacifistas o humanitarias como el control de la venta libre de armas en EE UU, una sanidad pública para millones de ciudadanos desfavorecidos o la mediación discreta y exitosa en algunos conflictos, el más destacado, por cuestiones sentimentales, el de Irlanda del Norte.
Carecía del encanto y la formación de sus hermanos, pero no dejaba de ser un auténtico bostoniano, los verdaderos aristócratas norteamericanos de riñón bien cubierto, cabeza bien amueblada y militantes de causas imposibles para una sociedad en la que priman el pragmatismo moral y el éxito económico. Supo ser el líder moral y político de la familia cuando los escándalos y tragedias de sus sobrinos minaban la credibilidad y el ‘glamour’ de la saga norteamericana más mediática. Su renuncia definitiva a la Casa Blanca en 1980 no impidió que siguiera su brillante carrera en el Senado, donde tenía escaño permanente desde 1962. Con la excepción del centenario senador por Carolina del Sur Strom Thurmond (fallecido en 2003) y del senador por Virginia Occidental ya jubilado Robert Byrd, es casi imposible encontrar otro miembro de la Cámara Alta norteamericana con una carrera tan longeva. Dejando de lado los datos para el Guinness, quedan su inmenso legado legislativo y político, y las consecuencias inmediatas que tendrá su fallecimiento. Para los demócratas en general y para el presidente Obama en particular es un duro golpe, precisamente cuando éste y los suyos intentan instaurar un sistema sanitario público cuestionado hasta en filas demócratas.
Por otro lado, el fallecimiento de Ted Kennedy representa la desaparición del auténtico patriarca del clan más famoso de Estados Unidos, aunque no se puede asegurar que sea el final político de la saga más fotografiada del mundo.
Ser Kennedy es sinónimo de vocación por lo público, algo que han tenido muy presente siempre todos los integrantes de la ‘familia real norteamericana’. Los primos Kennedy, siempre cargados de calificativos y denominaciones marcadas por el pesimismo y la tragedia, como ‘los últimos de la saga’ o ‘la generación maldita’, mantienen ese compromiso casi genético de la familia con los derechos humanos, los más desfavorecidos y la cosa pública. Los más presentables (a una campaña electoral) de la familia están alejados de la política o han sufrido algún revés importante en las urnas que les ha obligado a mantener el espíritu Kennedy orientado hacia otras causas. Los menos presentables son los más preparados para estar en política, pero lo peor de su pasado, lo que les obligó a pasar por clínicas de rehabilitación para superar adicciones juveniles al alcohol y las drogas, sería el principal argumento para sus oponentes políticos y arruinaría en poco tiempo cualquier tentación electoral.
Ahora les toca elegir nuevo o nueva líder de la familia, y quien mejor puede hacerlo es sin duda Caroline, la hija de JFK. Es sin duda alguna la última princesa del ‘Camelot’ de los Kennedy. Alejada siempre, en la medida de lo posible, de los objetivos de las cámaras, saltó momentáneamente a la arena política para proponer a Barack Obama como candidato de la familia frente a Hillary Clinton -para desagradable sorpresa de ésta y su marido, vistos ambos por Caroline como la ambición insaciable con forma de sociedad anónima-. Para muchos analistas, la hija del presidente Kennedy no pasó de ser una influyente ‘power broker’ dispuesta a retirarse tras ver a Obama encabezando el ‘ticket’ demócrata a la presidencia. Pero también hay otros ‘kennediólogos’ optimistas dispuestos a ver en Caroline Kennedy-Schlossberg como una futura senadora o gobernadora con vistas al Despacho Oval de la Casa Blanca. Quizá habría que recordar el fracaso electoral en 2002 de su prima Kathleen Kennedy Townsend (primogénita del senador Bob Kennedy), cuando perdió en las elecciones a gobernador en el Estado Maryland, un bastión de los demócratas en el que gobernaban desde hacía 32 años, después de contar con todo a su favor. Y quizá también habría que recordar la propia trayectoria de Caroline, centrada en actividades editoriales propias, en la participación en causas filantrópicas o en el trabajo por la memoria de su padre, alejándose siempre de cualquier protagonismo mediático. En cualquier caso, conviene no perderla de vista porque es ella quien mejor representa las esencias de la dinastía, y las mujeres siempre han tenido un papel secundario pero decisivo en la familia Kennedy.

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